[Manuscrito digital hallado en las ruinas de Nueva Pekín,
año 2150 d.G.A (después del Gran Apagón)]
INTRO
Si el Quijote se escribiera hoy Alonso Quijano sería un gamer
que pasa de la consola a un mix de
Youtube. Fan a mil de Netflix que lucha contra gigantes en Winden o Hawkings.
Tal es la tarea de los creadores en todos los tiempos: hacer
algo que valga la pena con el detritus que suelta el sistema.
El arte está hecho de mitos y lenguajes. Cada tiempo (y cada
civilización) tiene sus mitos y sus lenguajes o, mejor dicho, a partir de
ciertas presencias construye dichos mitos y dichos lenguajes para sublimar o hacer algo (más noble) con ello.
Por ejemplo, el mito del presente se concentra en superar la
humanidad. La superación de lo humano. El lenguaje para superar lo humano es el
ruido. En la práctica lo podemos ver en el esfuerzo por hacer realidad la
transhumanidad. El lenguaje está presente en la manera cómo nos comunicamos a
través de las redes sociales y en todo el entramado transmediático del
presente.
Así como la metafísica del siglo XX fue interpretar al
silencio, la del siglo XXI será interpretar
el ruido (que nos rodea).
Tomado de una idea de Susan Sontag: no es en vano que tres
figuras importantes para el siglo XX se entregaran al silencio. Esa fue una
vía. Wittgenstein, Duchamp y Rimbaud. Uno terminó de jardinero en un
monasterio, otro pasó a convertirse en ajedrecista y el último en esclavista.
Abandonaron el lenguaje filosófico, el artístico y poético.
O más bien abandonaron una forma de expresarlo y
registrarlo. Puede que se hayan entregado a la oralidad o a la etnografía
interior, al monólogo, al diálogo otro.
Volviendo al siglo XXI: las masas, la multitud, los pueblos,
la
gente en la calle manifestando su inconformidad con el sistema no está más
que expresando esa estética, esa política, esa ética del ruido.
No es gratuito que los zapatistas nos inviten a escuchar el mundo de los Otros derrumbándose.
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